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miércoles, 21 de febrero de 2018

DESPEDIDA DE ESPAÑA, 1939. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

DESPEDIDA DE ESPAÑA, 1939. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "En Perpiñán, durante el verano, me hice amigo del propietario de un sucio y viejo hotel. Solía alojarme allí y llevé a mis camaradas. Como todas las habitaciones estaban ocupadas, la gente dormía en el comedor, en la oficina de recepción y donde podía. El propietario no informaba a la policía de la llegada de nuevos huéspedes, de modo que no detenían a nadie. En la ciudad, por el contrario, se llevaba a cabo una cacería. Las mujeres españolas, que nunca habían cubierto sus cabezas, compraban elegantes sombreritos de moda, se empolvaban y se daban colorete para ocultar su pena y hacerse pasar por francesas. En Banyuls unos pescadores molieron a palos al reportero de un periódico de derechas que se había burlado de los vencidos. Sí, había franceses de todo tipo. Uno no puede condenarlos ni justificarlos.
    Las autoridades francesas internaron a los españoles en campos de concentración en Argelés-sur-Mer y Saint-Cyprien. Les daban una hogaza de pan para seis personas y agua podrida, se mofaban de ellos. Mientras tanto, en París, a Ribbentrop le rendían homenaje… Por lo demás, al hablar de esos tiempos es mejor no acordarse de la justicia ni de Ribbentrop. ¿Había alguien entonces que no lo abrazara?
    Me entregaron una carta del poeta Herrera Petere, a quien habían encerrado en un campo de concentración. Me decía que, tras el alambre de espino, había muchos amigos míos. Fui a París. Aragon, Jean-Richard Bloch, Cassou y otros miembros de nuestra asociación se hicieron cargo de los escritores presos. Consiguieron liberarlos al cabo de dos o tres semanas.
    Negrín y otros ministros volaron a Madrid. El territorio que todavía ocupaban los ejércitos republicanos estaba ahora cercado. Inglaterra y Francia reconocieron a Franco como legítimo jefe de España. La República estaba bloqueada. Los barcos que llevaban pan y patatas a Valencia no pasaban de Marsella. En Madrid, el 6 de marzo, el coronel Casado (con la bendición del general Miaja, ese títere) dio un golpe militar y sustituyó a Negrín por un grupo de hombres dispuesto a capitular. No obstante, el desenlace de la tragedia española no fueron las convulsiones de un Madrid condenado, sino los días invernales en que el ejército del Ebro, armado y en orden, cruzó la frontera francesa con la esperanza de llegar a Valencia. (Llevaban las mismas armas que luego los franceses entregaron al general Franco).
    Hitler, envalentonado por el éxito, ocupó Praga. Marina Tsvietáieva, en su último encuentro con su amigo el escritorio, escribió: «Oh, ojos llenos de lágrimas. Llorosos de ira y de amor. ¡Oh, Chequia en llanto, España ensangrentada! ¡Oh, negra montaña que has sumido al mundo entero en la oscuridad! Es hora —es hora— es hora de devolver el billete al Creador».
    Me cuesta decir adiós a España en este libro. Recuerdo a un soldado armado con una metralleta que, en el paso de Ares, se despedía de su mujer y de su hijo de dos años. Me pidió que los llevara a un lugar seguro y me dijo: «Yo no iré, no creo que los franceses nos lleven a Valencia. Se han conchabado con Franco. Aquí, al menos, podré abatir a una docena de fascistas». Al darme la vuelta, lo vi tumbado con el rifle al hombro, sus ojos no se posaban en nosotros, sino que miraban hacia el sur, por donde podían aparecer los fascistas.
    Junto a la carretera que va de Portbou a Cerbère había una pila de fusiles, metralletas, cascos, revólveres e incluso cuchillos. De repente vi una lanza y un yelmo antiguos que debían de pertenecer a la colección de un pequeño museo catalán. Los senegaleses seguramente habían considerado que eran armas útiles. Sí, la lanza y el yelmo de don Quijote eran armas. Con ellas, los españoles se habían defendido durante mil días de dos potencias fascistas: Italia y Alemania.
   Siete meses después comenzó la Segunda Guerra Mundial. Hubo mucho heroísmo, de resultas del cual el fascismo acabó derrotado, pero en esa nueva época no había lugar para la lanza y el obsoleto yelmo con los que el Caballero de la Triste Figura intentaba defender la dignidad humana."

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