lunes, 23 de junio de 2025

AGROHORROR, varios autores

 AGROHORROR, varios autores


Una muestra de cuentos inspirados en el medio rural con la inspiración de quien encuentra alternativas aterradoras a la vida normal de nuestros pueblos. Estos están ubicados en Cataluña, Galicia, Andalucia... en realidad da igual. Todos intentan sorprender con sucesos asombrosos que tampoco son presentados de forma brutal, sino que lo más brutal queda a la imaginación del lector. Así dice el prólogo:

"El Agrohorror parte de una realidad monstruosa, violenta, una realidad conocida y propia. La España negra de Goya y de Puerto Hurraco, cristiana, celosa, cerrada, vengativa, de supersticiones tan reales como que estamos hoy aquí, de viejas rencillas y aliento a ajo.
En definitiva, esto que llamamos Agrohorror es un subgénero profundamente realista cuyas raíces se encuentran en Goya y en el esperpento de Valle-Inclán y que es el resultado de distorsionar el mundo rural español en mayor o menor grado para, además, volver a distorsionarlo aplicando lo fantástico y el terror con el objetivo de generar un contraste, un añadir monstruo al monstruo..."

Como se advierte en el prólogo, los editores de esta selección no han pensado ridiculizar a nadie, ni denunciar el atraso, ni la España vaciada. Nada de eso, tampoco han tirado por los topicazos tan manidos de siempre con la gente del campo. Aquí se trata de entretener al lector que busca lo extraordinario de cada situación por la vía del horror y la ficción total. Hay costumbrismo, pero también ironía, sátira de gente chulesca (los ricos de pueblos, los envarados de la guardia civil), la gente estilo de Iker Jiménez que se desmarca en el paisaje como un esperpento. Algún cuento tiene un tono más oscuro, como el de Pilar Adon, que es el que menos me ha gustado. Uno de los que más José Ovejero. En total, 10 cuentos muy suyos, cada autor ha aportado su estilo propio tirando del misterio de un cuadro, el lenguaje soez y brutal dentro de tradiciones inexplicables, situaciones absurdas, de tractores insólitos para desenlaces que acaban todos en el horror. Son 170 páginas de absoluto entretenimiento, y eso que no es el género, el de la fantasía, ciencia ficción, el horror o el gótico, los que me suelen gustar. En este caso, la excepción a mis géneros habituales ha valido la pena.


domingo, 15 de junio de 2025

LOS VIEJOS CREYENTES, de Vitali Peskov

LOS VIEJOS CREYENTES, de Vitali Peskov



En 1978 un grupo de geólogos, de inspección por una remota región de Siberia, encontraron a una familia de antiguos creyentes viviendo secretamente desde 1945. Nadie tenía noticias de estos seguidores del antiguo rito ortodoxo, gente que originó un tremendo cisma en la Rusia de Pedro I (1672-1725). Se pueden seguir las huellas de esta secta perseguida en los clásicos de la literatura rusa.
 
Los Lykov era una familia de estas, llegadas al centro-sur de Siberia desde otros lugares en el siglo XX. Cuando la noticia se hace eco en la URSS, aparece gente que les ayuda a sobrevivir en las miserables circunstancias en que lo hacen. Peskov, el autor, es uno de ellos. Además de su espíritu filantrópico, también analiza las costumbres que se remonta a 300 años atrás en la vida de esta familia: son como una cápsula del tiempo perdida en una región remota. A lo largo de estas páginas descubriremos que existen acólitos de esta religión por Siberia, pero lo de los Lykov es de traca incluso para otros viejos creyentes, parientes de ellos incluido. 

Después de las iniciales reticencias, tras generaciones de voluntario aislamiento, los pocos integrantes que quedaban de esta familia se acostumbraron a la presencia de otra gente que, además, les quería ayudar. Algo que supieron valorar desde el principio (la madre habia muerto de hambre en 1961). A la vida que eligieron la llaman "la vía sin retorno". Lo que no quita que Agafia, quien fue la última superviviente, añorase el mes que  estuvo con su familia en los montes Shoria, viendo la modernidad a la que se había negado durante 40 años, y que les preguntase a todos en 1986 que pasó en Kiev. ¡Cómo narrar Chernobil!

Los Lykov calculaban el tiempo como se hacía en tiempos anteriores al zar Pedro I. Hacen fuego con eslabones y pedernal. Ver por primera vez una bolsa de plástico y creer que es cristal que se dobla.

Agafia no había visto un caballo desde que nació en 1944, tampoco una rueda para transportar antes de encontrarse con los geólogos en 1978. Fue un año después de su nacimiento cuando toda la familia huyó a las montañas más inaccesibles por miedo a los soldados del ejército rojo, que andaba buscando desertores. Ahí pasaron de una vida discreta a una vida secreta. Al descubrir las imágenes de TV, lo mismo les hipnotiza que les parece pecado. Hay un montón de cosas que son pecaminoso para ellos sin saber bien lo que son, solo porque vienen del mundo exterior: "no nos está permitido". Son cosas tabú para ellos. Y ellos hace 300 años que se separaron del mundo. Pero siempre son buena gente. 

Peskov cuenta sus viajes: el primero (verano de 1982) es la descripción de cómo viven, lo que ve, conocerlos y darse a conocer. Para el segundo va más preparado: les entrega regalos, hace preguntas estudiadas, y trae las preguntas de historiadores, lingüistas y gente común que les ha regalado cosas a través de él y que quiere saber de ellos. Los Lykovy se vuelven menos recelosos pero poco receptivos con cosas que no están permitidas, por ejemplo, las fotos. Hasta los años que aquí se describen, una mala cosecha del bosque podía suponer la muerte de algún miembro de la familia (o anteriormente de la comunidad) en invierno. Pero ya en los 80, quedando el viejo y su hija Agafia solos, los geólogos, de presencia casi constante en la zona, decidieron cuidar de ellos: atrás quedaron las tumbas en la taiga de la madre y tres hijos.

Así van pasando los años, con visitas anuales, intercambio de noticias con la gente de la zona y con la misma Agafia (que sabía escribir en antiguo ruso), cuando llega 1988 muere Karp Osipovich Lykov, el patriarca, a los 87 años. Ella se va acoplando a detalles que se negó en vida de su padre. Aunque sin recursos de sociabilidad, era una mujer inteligente dentro de sus 36 años aislada. Conoció la fama en toda la URSS y aun fuera. Y, con todo lo que recibió gratis, y lo que viajó, nunca quiso cambiar su forma de vida en general: vivir en la taiga, ya no en secreto pero sí aislada, incluso tal vez sin ayuda, por una "vía sin retorno", siendo la "mujer del páramo". Una decisión dramática, pero coherente la que recoge Peskov.

Peskov, un afamado periodista de la época, escribe sus crónicas casi anuales hasta 1992. Las publica en 1994, con un capítulo final de reflexiones acerca de cómo esta gente, los Lykov, vio enseguida que necesitaba ayuda, que hubo problemas entre ellos antes de ser encontrados (especulando sobre cuáles pudieron ser), los intentos de aprovecharse de ellos, sus tabús y el origen de ellos, posiblemente ocurrido en el origen del cisma entre la iglesia ortodoxa oficial y la ortodoxa de rito antiguo. Se refiere a la transmisión en aquella época de dos epidemias muy infecciosas que les hacía rechazar todos los objetos que venían del mundo.

En general las crónicas me parecieron entretenidas, casi exóticas por el lugar y el carácter de esta gente. Como encontrar un fósil de mamut, traerlo de nuevo a la vida e indagar en su naturaleza. El último fósil, Agafia, murió en 2016 como vivió.

La editorial Impedimenta muestra las primeras paginas de este viaje al pasado aquí: https://impedimenta.es/wp-content/uploads/primeras-paginas-LOS-VIEJOS-CREYENTES_PESKOV.pdf

Aqui un interesante reportaje con interesantes fotos sobre esta peculiar familia:  https://es.gw2ru.com/estilo-de-vida/15682-perdidos-en-taiga

Aqui un documental en ingles con imagenes ineditas: https://youtu.be/tt2AYafET68

sábado, 14 de junio de 2025

BILLETE AL FIN DEL MUNDO, de Christian Wolmar

 BILLETE AL FIN DEL MUNDO, de Christian Wolmar


El libro es un auténtico homenaje al tren más legendario en la historia del ferrocarril. Además de haber cruzado Rusia con él a principios del siglo XXI, el autor nos hace viajar por sus estaciones (con algunas fotos también) desde mediados del siglo XIX, cuando solo era una ilusión de unas cuantas mentes realmente interesadas por el futuro del imperio zarista de Alejandro III. Los inicios fueron de una gran dificultad para aquellos rusos que veían como el resto de Europa les adelantaba por todos los lados. Había mucho aristócrata instalado en la necia comodidad que millones de compatriotas no conocía. El nacimiento del Transiberiano, las dificultades que tuvo que superar, la obtención de financiación para empezarlo, el trazado que se eligió desde Moscú hasta Vladivostok, los tramos que se eligieron para iniciar su construcción... todo ello tiene mucho de epopeya civil, aunque entiendo muy resumida aquí por no acabar siendo prolijos. Pero es toda una batalla contra sectores de la sociedad opuestos y contra un ambiente geográfico tan hostil como lo es Siberia: por poner un ejemplo, sortear el lago Baikal. Por muy precariamente que se acabaran los túneles, puentes, la desecación de terrenos pantanosos, etc, no deja de ser un logro descomunal para una nación tan atrasada y corrupta como lo fueron los últimos reinados de los Romanov. No dejan de recordar aquellos esfuerzos a los trabajos faraónicos que también emprendieron los soviéticos: la industrialización de la nación se erigió sobre los cadáveres de un sin fin de personas, tanto en uno como en el otro régimen. Y no solo fueron los presos lo que pusieron el cuerpo en el empeño, también rusos normales, y muchos chinos. Da la sensación, y eso lo digo yo, de que en ese país la vida de cualquiera sin padrinos no vale gran cosa.

Que los primeros trenes en las primeras vías tuvieran tantas incidencias no amilanó a los rusos, que siguieron invirtiendo mucho dinero para mejorar cada sección del trazado. A la vez, y sin siquiera estar terminado, la economia del pais se vio beneficiada por el Transiberiano. Condujo a personas buscando un nuevo horizonte, llevó a exiliados, ocupó territorios que solo estaban en poder de Rusia nominalmente y le llevó al choque contra Japón por Manchuria en un conflicto difícil de asumir por el imperio ruso. Igualmente extendió la revolución y la Guerra Civil corrió por sus raíles en uno y otro sentido. Algo que Trotsky supo aprovechar. Por alli llego ayuda humanitaria y militar. Si tenemos en cuenta que la línea San Petersburgo-Moscú se terminó en 1851, y que el esfuerzo por llegar al Pacífico en un solo viaje acabó en 1904, y que el gasto económico fue tan brutal como para justificar la revolución de 1905, veremos que hay muchas historias que contar, pero principalmente la de un hombre que lo puso todo de su parte por sacarlo adelante: Serguéi Witte (Tbilisi, 1849-Petrogrado, 1915). Gran parte del libro cuenta cómo planeó todo el proyecto cuando recibió el encargo, y su influencia posterior.

En definitiva un libro escrito por un auténtico entusiasta de la línea (y sus variantes), que la conoció pese a las trabas que pone siempre la administración para hacerlo como si fueras un delincuente o un espía. Wolmer se ha documentado puntualmente y nos da a conocer el significado y la especial relevancia de un viaje de estos capaz de atravesar medio planeta seco con su diversidad de lenguas, culturas, etnias e historias personales. El libro se queda necesariamente en una introducción de todo eso: 9288 km, 8 zonas horarias, 7 días en el mejor de los casos... pero es muy entretenido. Una lectura que se acaba volando.

miércoles, 11 de junio de 2025

EL CHICO SOBRE LA CAJA DE MADERA, de Leon Leyson

 EL CHICO SOBRE LA CAJA DE MADERA, de Leon Leyson

Leyson (1929-2013) fue un polaco que pudo haber salido como personaje en La lista de Schindler perfectamente. Pero hay críos en La película que pasan por cosas como las que él vivió. Este libro es la autobiografía de Leyson desde los humildes orígenes de su familia en un pequeño pueblo al noreste de Polonia hasta el final de sus días en EEUU. 

Es un relato sencillo, lineal y muy emocionante el de estas páginas de terror y una mezcla de esperanza y desesperación que lo acompaña. La gran facilidad de su lectura esconde, como pocas veces he encontrado en un libro cualquiera, una profundidad de sentimientos admirable. A partir de la invasión alemana, nos cuenta una sucesión de buenas y malas decisiones dentro de la familia, con Leon entre los 10 y los 15 años que a veces salva la vida exponiendose muchísimo, y otras veces toma decisiones que lo sitúan al borde de la muerte. Para 1943 no cuenta con nadie de su familia al lado, pero sabe que están allí cerca, en otros barracones y otros trabajos a las afueras de Cracovia. 

También tiene la virtud de transmitirnos casi en tiempo real cómo les iban llegando las malas noticias, como las asumían poco a poco, qué desconocían, cómo eran capaces de soportarlo. Es la mirada de un niño asustado con la madurez de quien tiene que ser más sensato y templado que nunca.

Hay algo más a lo que Leyson concede la mayor importancia: su experiencia con Schindler. Las páginas a él dedicadas son de profundo agradecimiento y emoción. Y lo justifica desde que lo conoció personalmente, pasando por lo que hizo por cada miembro de su familia y como se jugó todo por sus 1200 empleados hasta el final. Años después pudo darle las gracias de corazón en EEUU, el país de acogida de Leyson y sus padres. Porque, nada más acabar la guerra y regresar a Cracovia, los polacos apalearon a muchos judíos, apedrearon sus casas y los llenaron de infamia. No los nazis, no los alemanes. Los polacos, los mismos invadidos. La historia da unas lecciones terribles: eso de que quien no conoce la historia está condenado a repetirla me parece la mayor chorrada del mundo.

El libro acaba cuando es escrito en 2012, relatando antes el motor que le impulsó a escribirlo: el interés por el tema a raíz de la película de Spielberg. Un año después murió.

He leído muchos libros sobre el tema, incluso de otros supervivientes, y este me parece el mejor de todos con sus 170 de testimonio sencillo, directo y con unos pocos razonamientos de una lucidez que desarman a cualquiera. Muchos historiadores eminentes ya quisiera ser así de claros, concisos y emocionantes como Leon Leyson.